Portada de la edición original italiana.
Cuando un autor es considerado como un "grande", o lucha por que se le trate como tal, no parece ser una idea del todo buena el dar rienda suelta a sus aficiones literarias más íntimas. Otra cosa es cuando el autor -siempre y cuando sea un tipo inteligente- termina por sacar a la luz sus aficiones, para regocijo de los aficionados que sepan apreciar los guiños. Esto es lo que, a mi juicio, han logrado dos de los novelistas más apreciados de nuestro tiempo: Umberto Eco y Paul Auster.
Portada de una edición en inglés.
No se si se rasgaron las vestiduras los críticos cuando Umberto Eco se reveló como una de las mayores autoridades mundiales en la figura de James Bond, o cuando confesó ser igualmente conocedor profundo del universo Star Wars. Su primera novela publicada es, como todos sabemos, la muy admirada El nombre de la rosa (1980), que viene a suponer una curiosa revisión del género clásico de detectives, así como una mezcla entre éste y lo que después sería la copiosa cosecha de novelas históricas de la Edad Media de corte conspirativo.
Paul Auster, por su parte, pese a que se había dado a conocer con El palacio de la Luna, consiguió con La trilogía de Nueva York (1985-1987) su logro más universal. Esta última obra, que comprende tres relatos bajo un mismo título, también contiene la personal visión que tiene Auster del mundillo detectivesco, un poco más influenciado que Eco por el género "hard-boiled", o novela negra norteamericana.
Portada de la edición española de bolsillo.
Ninguno de los dos autores termina de poner las cartas sobre la mesa, ya que el apego a las convenciones del género -si bien no son excluidas- sí que permanecen inteligentemente veladas bajo varias capas estilísticas, como la recreación histórica de la vida monástica medieval de Eco, o la constante pugna entre realidad, imaginación y delirio febril en Auster. Y sin embargo, el poder hipnótico de los misterios rebosan en ambas obras: el fraile Guillermo de Baskerville es una nueva y poderosa encarnación de Sherlock Holmes (su nombre mismo nos recuerda al famoso sabueso de Conan Doyle), resolviendo con su intelecto y su capacidad deductiva la truculenta serie de crímenes en un monasterio italiano; y el escritor de novelas pulp de Paul Auster (que también juega con su nombre, ya que adopta nada menos que el de Auster, por una extraña confusión de quien le contrata) salta de las páginas que él mismo escribe en la soledad de su apartamento hasta las sucias calles de Nueva York, en las que están presentes, como iconos imborrables del pasado de Hammett y Chandler, las mujeres fatales y las madrugadas de vigilia.
Muy sugerente portada de la edición española.
Ambos detectives no lo son en realidad, y sin embargo se comportan como tales; el uno porque hace su trabajo con el método de toda la vida, el otro porque no puede evitar sentirse fascinado por la transgresión que la realidad hace de la literatura. Especialmente interesante me parece el trabajo de Auster, que logra convertir al escritor "real" del comienzo de La ciudad de cristal (primera parte de la Trilogía) en un personaje de ficción, digno de una de sus novelas, mientras que los personajes de Fantasmas se reducen a colores, como si de nombre en clave del mundo del espionaje se tratase. Y claro, tanto el italiano como el neoyorkino aprovechan para introducir todas y cada una de sus inquietudes como lectores: la mitología de Borges, la ciencia medieval y las sociedades secretas por parte de Eco, Cervantes y su Don Quijote por parte de Auster.
Umberto Eco y Paul Auster saben hacerse los interesantes hasta en foto.
Y lo que tienen en común, además del contexto detectivesco y el género negro, es su gusto por hacer aflorar el poder de las palabras, del lenguaje y los libros como herramientas narrativas en sí mismos, como motores para el avance de la acción en más de un momento. Se nota que ambos son escritores de esos que realizan las obras que les gustaría leer a ellos. Y deben ser buenos lectores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario