Hace unos meses me lancé sobre una de las bonitas reediciones que la editorial Zeta, bajo el título de Nova, está realizando de algunos clásicos absolutos de la ciencia-ficción. En concreto, me hice con Pórtico, la multipremiada novela de Frederik Pohl que cuenta con unas cuantas secuelas. Las referencias no podían ser mejores (premio Hugo, Nébula y John W. Campbell), además de comentarios favorables en mi entorno. En fin, que todo parecía apuntar en una dirección distinta de la que al final tomó mi lectura: decepción. No estoy diciendo que Pórtico (1977) sea mala, sino que seguramente esperaba algo distinto. Explicaré, por supuesto, los motivos de este juicio de valor tan personal.
La premisa es sublime: el descubrimiento fortuito de un asteroide -que se mueve en una órbita inusual cercana a Venus- cuajado de pequeñas naves construidas hace eones por una cultura extraterrestre de la que no se sabe ab-so-lu-ta-men-te nada, y que es conocida como la raza heechee, supongo que por nombrarles de alguna manera. Ante las vastas posibilidades que ofrece la exploración espacial con tales naves, que son capaces de viajar a velocidades inmensas y alcanzar puntos remotos del espacio, surge un problemón: los seres humanos no tenemos ni la más remota idea de cómo se pilotan ni de cómo se establecen las coordenadas del viaje. Se logra, por lo menos, saber cómo se ponen en marcha, y gracias a eso se establece un sistema por el que, cualquiera con la valentía suficiente, puede montar en una y dejarse llevar. En algunos casos, el viajero y sus acompañantes pueden regresar con algún objeto extraterrestre recuperado, por lo que se obtiene una recompensa monumental en metálico; en otros, el viaje es demasiado largo -o la nave se acerca a algún astro peligroso, pongamos un agujero negro- de manera que los viajeros mueren, de manera casi siempre brutal y agónica. Si a eso le sumamos que la acción tiene lugar en un futuro no muy lejano en el que la superpoblación produce hambrunas planetarias en la Tierra, y en el que la sociedad se ha estratificado de manera radical según el nivel económico, nos encontramos con un caldo de cultivo ante el que cualquier escritor del género se frotaría las manos.
Portada de la reciente edición española.
Pero Frederik Pohl prefiere abordad su obra desde el punto de vista de la novela convencional, realista incluso, dejando aparcada tan fabulosa premisa y dedicándose, de forma exhaustiva y total, al análisis psicológico de los personajes (sobre todo el protagonista) y sus relaciones personales mientras, en Pórtico -que así se llama el asteroide-, esperan a que les llegue el turno de participar en tan peculiar ruleta rusa. Pasan más y más páginas sin que ocurra nada, sin que lleguen las aventuras que uno desea leer, sin despertar una genuina expectación hacia ese universo inexplorado que promete emociones fuertes. Y para colmo, para cuando llegan los primeros viajes al espacio, son narrados con una tremenda frialdad científica, con mucha brevedad y hasta desengaño, y de nuevo se da preponderancia a cómo se relacionan los viajeros, unos con otros, en las estrechas navecitas de los heechee. Esto es: imaginación y aventura, absolutamente ninguna de ninguna clase.
Ilustración de portada de una de las ediciones en inglés.
En fin, que cuando Pórtico termina, se tiene la sensación de que se ha leído lo que en cualquier otra novela serían un par de capítulos. Lo sabemos todo sobre el protagonista, Robinette Broadhead, desde sus traumas de infancia hasta su forma de entender la sexualidad, pero ninguna de las promesas de aventura que se nos hacen queda cumplida. Evidentemente, y como amante de una ciencia-ficción seria, abogo porque el nivel de calidad no descienda en favor de batallitas con rayos láser o criaturas extrañas contra las que luchar, pero pienso que el problema es que Pohl utiliza el género como pretexto para realizar una narración de realismo social (futurista, si nos empeñamos) que, por lo menos en mi caso, me hace sentir un tanto frustrado por las oportunidades desaprovechadas. ¿Tienen miedo algunos autores de que se menosprecie su trabajo si no se centran, como siempre siempre sieeeeempreeeee, desde los años del Modernismo, en el conflicto interior del personaje, en menoscabo del argumento? ¿Por qué tanta fijación hacia el mundo interior de los personajes? ¿Tan malos lectores somos que necesitamos identificar nuestras neuras con las del protagonista de un libro para que dicho libro nos interese? Después de leer Pórtico, ya no me cabe ninguna duda de la minoría de edad en la que vive una buena parte del mundo literario actual. Ante eso solamente cabe la decepción, o pensar que, en novelas como Pórtico, sea en las secuelas donde empecemos a disfrutar de una ciencia-ficción verdadera, sin timideces. Puedo incluso imaginar cómo quedaría esta novela en concreto si la llevase al cine el director que mejor se ajusta a su tono y contenido: Woody Allen. Como suena.
P. D. Reconozco, eso sí, que si uno va prevenido de antemano, la novela seguramente no le decepcionará tanto como a mi.
Coincido contigo. Dos veces la he empezado y dos veces me he quedado por la mitad...Mas o menos por donde hace su primer viaje. Cada día leía menos paginas hasta que llega un día que ya no lo coges. Empieza muy bien y la atmósfera es sorprendente, pero..como tu dices...falta algo...nunca pasa nada, Eso si la descripción del sitio y lo que allí sucede es perfecta. Ahora ya no se si lo llegare a coger una tercera vez, después de saber que....de la mitad al final sigue sin pasar nada...jajaja.
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