Todo el mundo conoce a Charles Dickens. Eso no se pone en duda, ya que su alcance popular es inmenso, difícilmente igualado por otros autores en cualquier lengua. En el Reino Unido, de hecho, solamente Shakespeare parece estar por encima de este monstruo decimonónico como cumbre absoluta de las letras inglesas. Y todavía te encuentras reticencias en los círculos literarios más exquisitos.
Como suele ocurrir en estos casos, Dickens es menospreciado precisamente por su éxito, porque alguien que vendía best-seller que todo el mundo -incluido el pueblo llano- podía disfrutar con plenitud siempre es puesto bajo sospecha, hoy todavía más que en sus propia época. El daño causado en la crítica literaria por las nunca superadas tesis del Modernismo sigue relegando al bueno de Charles a una especie de "limbo de los justos", primero por dar preeminencia supuestamente a la urdimbre argumental sobre la introspección en los personajes; segundo, por la costumbre nada acertada de colocarle el adjetivo "victoriano" o encajarlo en los tiempos de la mugre en la primera revolución industrial.
Charles Dickens vivió en los tiempos de la reina Victoria, sí. Y escribió sobre muchas de las cosas que sucedían durante la revolución industrial en Gran Bretaña. Pero convertirlo en un mero ejemplo de una época o una sociedad muy bien definidas en el tiempo le resta validez como autor universal, y ahí se hacen fuertes sus detractores más carcas; porque, tal como ocurre efectivamente con Shakespeare, el alcance de su obra es universal. Miedo da observar muchas de las tramas de sus novelas (pensemos en Tiempos difíciles u Oliver Twist) a la luz de la actual crisis económica, como miedo dará observarlas en todos y cada uno de los momentos futuros y pasados en que haya abismos entre los derechos de ricos y pobres, entre desfavorecidos y privilegiado; mientras haya pícaros callejeros y clasistas burgueses, niños explotados y adultos sin salida.
Coloquemos a Dickens donde se merece, ahora que cumple 200 años de existencia, aunque ya podía haberse hecho hace mucho tiempo. Y de una vez por todas.
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