ADIÓS, SHERLOCK HOLMES

Poco a poco voy diciendo adiós a todos los personajes que he ido idolatrando. Hoy le toca el turno a Sherlock Holmes, en una despedida que he postergado en gran medida gracias a los cuatro pastiches de Rodolfo Martínez. Y jolín, creo que esta vez se exprime a Holmes todo lo que  se podía. Incluso se fabrica un clon de Holmes preadolescente. El heredero de nadie está estructurado en dos narraciones: la más entretenida es la que cuenta la juventud de Holmes en el Oeste americano, enrolado en una compañía que adapta a Shakespeare. Es una suerte de Sherlock Begins, conociendo las razones por las que Holmes decide dejar de ser actor y ser detective, y lo empareja con los personajes de La Isla Misteriosa de Julio Verne, y con otros procedentes de las novelas pulp del Oeste que ni conozco, aunque me suenan de algunos de los spaguetti-western de Sergio Leone. La otra parte del libro es más descabellada. El nieto de Holmes, William, resuelve el cabo suelto de la primera narración, enfrentándose al último miembro de la logia de Fu-Man-Chú, y aliándose con (atención) Rick Blaine (el de Casablanca) y con ¡Superman y Batman! ¿Cómo puede usar personajes de DC si tienen copyright, os preguntaréis? Pues de una forma bastante ingeniosa, haciéndolos reconocibles al lector sin dar su nombre completo... Así, Superman es Kent, y Batman, B.W. Kane (por Bob Kane, su creador, y además emparentando a los Waine como herederos del Ciudadano Kane de Orson Welles)

Se nota que el autor se lo ha pasado bomba conformando un mundo a su medida, en el que aglutinar todo lo ficcionable  de los pulp que podía.  Esta tetralogía ha venido en parte a dotar a Holmes de un relleno a todos esos años oscuros, e incluso sabemos por Las huellas del poeta cómo termina Holmes sus días. Falta una gran novela que nos cuente la infancia de Holmes y Mycroft, qué ocurrió con su madre, revelar si su padre era o no un criminal, y el adiestramiento de ambos a cargo de Moriarty y Joseph Bell.