Aquejado de tuberculosis, Stevenson busca climas cálidos y finita sus días con su esposa en una isla de Samoa, en la que escribe su última obra. Retrata las costumbres de los indígenas, habla sobre el canibalismo, cerdos domésticos, plantas etc. «Faltándome el valor de volver a mi antigua vida de casa y de habitación de enfermo...» reconoce en el momento que decide embarcarse en el Ecuador, y más tarde cuando entiende que permanecerá en las islas dice: «Pocos son los hombres que vienen a las islas y se van; envejecen donde se quedan; las sombras de las palmeras y el viento los abanican hasta que mueren, y siguen deseando quizá la última alegría de un viaje a casa, que pocas veces se realiza, menos aún se disfruta, y todavía menos se repite. Ninguna parte del mundo ejerce tal poder de atracción en el visitante. Lo que me toca ahora es comunicar al viajero tranquilo algún aspecto de esa seducción, y describir la vida, en el mar y en la costa, de muchos cientos de personas, algunos de nuestra misma sangre y lengua, todos contemporáneos nuestros, y sin embargo tan remotos en el pensamiento y las costumbres como Rob Roy o Barbarossa, los Apostóles o los Césares.» Me encantaría escuchar en una hoguera las palabras del que los aborígenes llamaron Tusitala, el contador de historias.
viernes, 4 de noviembre de 2011
STEVENSON, EL TUSITALA
Aquejado de tuberculosis, Stevenson busca climas cálidos y finita sus días con su esposa en una isla de Samoa, en la que escribe su última obra. Retrata las costumbres de los indígenas, habla sobre el canibalismo, cerdos domésticos, plantas etc. «Faltándome el valor de volver a mi antigua vida de casa y de habitación de enfermo...» reconoce en el momento que decide embarcarse en el Ecuador, y más tarde cuando entiende que permanecerá en las islas dice: «Pocos son los hombres que vienen a las islas y se van; envejecen donde se quedan; las sombras de las palmeras y el viento los abanican hasta que mueren, y siguen deseando quizá la última alegría de un viaje a casa, que pocas veces se realiza, menos aún se disfruta, y todavía menos se repite. Ninguna parte del mundo ejerce tal poder de atracción en el visitante. Lo que me toca ahora es comunicar al viajero tranquilo algún aspecto de esa seducción, y describir la vida, en el mar y en la costa, de muchos cientos de personas, algunos de nuestra misma sangre y lengua, todos contemporáneos nuestros, y sin embargo tan remotos en el pensamiento y las costumbres como Rob Roy o Barbarossa, los Apostóles o los Césares.» Me encantaría escuchar en una hoguera las palabras del que los aborígenes llamaron Tusitala, el contador de historias.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario