jueves, 27 de octubre de 2011

EL HERMOSO PATETISMO DE OSCAR WILDE


Siguiendo con las estatuas que cobran vida, llegamos al Príncipe Feliz. Desgarrador el momento en el que pide a la golondrina que le arranque los ojos (zafiros) y se los lleve al niño que arde de fiebre y pide naranjas, y su madre no tiene qué darle. Y es que hay una gran belleza en el dolor de esos cuentos. La muerte del Gigante Egoísta, la rosa desdeñada por la dama, pese a que el ruiseñor había muerto por querer pincharse en ella. Y sobre todo, cristianismo: el niño Jesús que se le aparece al Gigante para recordarle que un día le dejó jugar en su jardín, y ahora él le dejará jugar en el suyo, que es el Paraíso. O el ángel que quiere llevar a Dios los objetos más preciados de la Tierra, y le muestra el corazón de plomo no fundido del Príncipe Feliz y la golondrina muerta, obteniendo la felicitación del creador. Las bellas palabras que Oscar Wilde dedica a Cristo en De Profundis, suenan al Papa Ratzinger.

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