Ha fallecido Ray Bradbury, último de los "maestros de maestros" de la ciencia-ficción que todavía quedaban entre nosotros. No sé qué es más enorme, si su obra o las obras que han sido influenciadas directamente por ésta, tanto en la literatura como en el cine o la televisión, pero seguramente se le recordará gracias a dos títulos emblemáticos: la novela Fahrenheit 451 (1953) y la colección de relatos Crónicas marcianas (1950), que he tenido el gusto de leer y que me mantuvo sin pestañear desde el principio hasta el final.
De Fahrenheit 451, decir que es una de las tres grandes distopías que ha dado la literatura universal junto a 1984 de George Orwell y Un mundo feliz, de Aldous Huxley. Versa sobre el afán de un gobierno totalitario futurista por controlar el pensamiento de los ciudadanos/as, mediante la quema de libros a cargo de un cuerpo especial de "policía" dedicado a ello. Es lo que podríamos llamar un clásico básico, uno de esos libros que todo el mundo ha leído o leerá en algún momento de su vida.
Primeras ediciones de Cŕonicas marcianas y Fahrenheit 451.
En cuanto a Crónicas marcianas, debo decir que está entre mis lecturas favoritas del género. Puede entenderse como un puente entre la ciencia-ficción primitiva del pulp (John Carter de Marte, mismamente) y la ciencia-ficción posterior, más madura, de la llamada Edad de oro, acercándose de un modo sorprendente para su época al carácter invasivo y genocida del imperialismo neo-colonial. En este caso son bonitos cohetes plateados los que llevan humanos a destrozar la plácida vida de los misteriosos y lánguidos marcianos, lo que viene a ser casi como La guerra de los mundos al revés, con más sutileza diplomática pero una misma ausencia de escrúpulos.
Con el hombre no ha muerto su obra, ni mucho menos; y por eso animo a los lectores a hacerse ya mismo con cualquiera de los títulos de Bradbury y (re)descrubir por qué la ciencia-ficción sigue siendo el más fascinante y versátil de los géneros literarios.
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