martes, 12 de junio de 2012

ROALD DAHL

Conocí a este autor como escritor de relatos de suspense antes que como novelista  juvenil, por eso me sorprendió que el narrador de un cuento en el que un ama de cada asesina  había matado a su marido con una pata de cordero y, luego servía a la policía a comer el arma del crimen, fuera el mismo autor de El Gran Gigante Bonachón o Matilda. Muchos de sus cuentos inspiraron a Alfred Hitchcock y a Quentin Tarantino (el del tipo que debe encender tres veces seguidas un mechero para que no le corten un dedo) pero el libro por el que ha entrado en la senda de los clásicos es Charlie y la fábrica de chocolate, que tuvo una secuela menor en la que el niño, ahora dueño de la fábrica, viajaba al espacio (Charlie y el ascensor de cristal) El primero lo conocéis todos, un brutal cuento oscuro en el que los niños premiados que han encontrado el billete dorado que el señor Willy Wonka ha escondido en sus chocolatinas, reciben su castigo por consentidos, maleducados y egoístas. El autor hacía así una crítica a la glotonería, y los caprichos irracionales. La simpatía por Charlie surge desde las primeras líneas y como el lector se solidarizaba con él, el premio final es celebrado por todos.

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