lunes, 11 de abril de 2011

MORTAL Y ROSA


Un tema recurrente en la Literatura es la de usarla como bálsamo del dolor. Pero ante algo tan doloroso como la certeza de la pérdida ¿de qué sirve? de nada. La suave cadencia del romancero, las palabras bellas, el lamento, no puede aliviarnos. Albert Camus decía que cómo podemos creer en un Dios que permite que un hijo enferme. Un niño enfermo es una profanación. Miguel Hernández lloraba sobre los cuentos que escribía a su hijo desde prisión, y todos hemos sentido la fealdad desgarradora de las nanas de la cebolla. Oscar Wilde en De Profundis encontró a Dios a través del dolor de perder a sus hijos. El hijo de Unamuno sufría hidrocefalia. Pobre Unamuno ¿cómo iba a tener fe en algo? Y llegamos a Francisco Umbral. El mayor prosista en lengua castellana del Siglo XX, con un carácter cínico y amargado que comprendo tras leer Mortal y Rosa, en el que explica cómo intenta sin éxito sobreponerse a la muerte del hijo. Salir a comprar una lámpara, y volver con fiebre y con miedo. Ver cómo pierde la sonrisa del niño, capitán de sus sueños. ¿Qué nos mira, cómo verán al mundo sus ojillos tiernos? Y perderlo para siempre, y escuchar en las noches de insomnio cómo crece. Dice Umbral que consiguió apartarse del mundo y refugiarse en la Literatura, y prolongar los sueños de su infancia. La vida es una batalla, y sólo al final sabemos si hemos perdido o ganado. Este texto que dejo de Umbral a continuación, me parece más real que el lamento inicial de Hamlet:

Sólo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirse. Si no, haría ese gesto y nada más.Qué estúpida la plenitud del día. ¿A quién engaña este cielo azul, este mediodía con risas? ¿Para quién se ha urdido esta inmensa mentira de meses soleados y campos verdes? ¿Por qué este vano rodeo de la muerte por las costas de la primavera? El sol es sórdido y el día resplandece de puro inútil, alumbra de puro vacío, y en el cabeceo del mundo bajo un viento banal sólo veo la obcecación vegetal de la vida, su torpeza de planta ciega. El universo se rige siempre por la persistencia, nunca por la inteligencia. No tiene otra ley que la persistencia.

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