jueves, 6 de mayo de 2010

Capítulo 10: POLÍTICA GALÁCTICA


Ando últimamente enredado en las tramas de la saga Fundación, obra cumbre del género de ciencia-ficción literaria y de Isaac Asimov en particular, iniciada en 1951. Resumiendo un poco, la trama de esta serie de relatos (publicados en diferentes entregas en revistas pulp de las que comentaba José Miguel) describe una interesante teoría científica llamada "psicohistoria", que intenta explicar la evolución de las civilizaciones desde el punto de vista del inconsciente colectivo y los más sutiles procesos demográficos. El profeta de la disciplina es Hari Seldon, un tipo que predice la caída relativamente inminente del Imperio Galáctico, un enorme conjunto de galaxias reunidas bajo la supremacía de la capital, Trantor. Mediante la creación de la Fundación que propone Seldon, se pretende preservar la sabiduría del Imperio en una gran enciclopedia que sobreviva a la era de barbarie que llegará tras la caída del régimen y que durará siglos, y al mismo tiempo se intentará que esta etapa oscura de la Historia sea lo más breve posible.

Ilustración inspirada en Trantor, capital imperial en Fundación.

No me extenderé con esto, primero porque no quiero desvelar datos del argumento, y segundo, porque no es de Fundación de lo que quería hablar. Más bien quería referirme a la manera en que los futuros posibles o imposibles de la ciencia-ficción conciben la política, y sobre todo al hecho casi constante de que, en las llamadas "space operas" (narraciones épicas en las que la humanidad se ha expandido por el espacio), se tiende a presentar formas de gobierno que hoy consideramos obsoletas, como regímenes futuribles. La propia Fundación nos habla de un régimen imperial bajo el poder de un solo hombre, y encontramos muchos más ejemplos en novelas como Dune, también con un imperio y casas nobiliarias de corte claramente feudal; o en los relatos protagonizados por John Carter, en los que Marte vive una especie de Medievo que mezcla rayos cósmicos con argumentos dignos del "peplum".

En otros casos nos encontramos lo contrario: que las actuales democracias han llevado a la civilización a estados casi utópicos (como en 3001: Odisea final, de Arthur C. Clarke) o a grandes federaciones de estados que no son sino bisnietas totalitarias de las actuales Naciones Unidas (como en El juego de Ender, de Orson Scott Card).

Portada de una edición en inglés de Fundación.

Pienso que todo ello nace de una desconfianza clara del mundo literario, sea del género que sea, ante el devenir político de las naciones, ya que los habitantes de sus mundos de ficción, quizá atosigados por las invasiones alienígenas o por las guerras intestinas, o simplemente por una misantropía global, terminan por elevar al poder a quienes, con mano más bien dura, solucionan las cosas a la vieja usanza: a golpe de espada, aunque sea una espada láser.

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