lunes, 27 de mayo de 2013

LA MÁQUINA DEL TIEMPO (Y 2)

Reescribiendo acerca de nuestras entradas más visitadas, (novelillas  del oeste, Von Däniken y La máquina del Tiempo) me intriga por qué una entrada que no era sino una reflexión sobre el experimento ópera sigue siendo la más visitada mes tras mes. El Conde dice que seguro que en algunos IES la habrán mandado leer, así que vamos a reseñarla bien. La obra de H.G. Wells comienza cuando el anónimo viajero del tiempo hace una demostración a unos amigos enviando un modelo en miniatura de la máquina al futuro, para luego y ante el asombro de todos enseñarles la versión ampliada del mecanismo. La máquina era flipante, un asiento regencia encajado en un armatoste con palancas de níquel, cuarzo y marfil. Los físicos de Big Bang Theory la compraban para jugar en un capítulo, para asombro de su vecina Penny. Lo peculiar de este diseño, es que, al contrario que en otros, es el tiempo el que avanza alrededor de la máquina, como bien mostraba la peli de Guy Pearce. El problema que se me plantea es lo imposible de que en ningún momento ningún objeto ocupe el lugar que  la máquina y el viajero ocupan, fusionando los átomos de ambos.
De cualquier forma, el pasajero viaja a una Edad Dorada de Londres en el año 802.001, y allí, porque Wells quiere que no se mueva,  le roban la máquina, y lo mismo hubiera dado escribir que se la lleva la grúa por dejarla mal aparcada, ja, ja. En un aparente paraíso de los pacíficos Eloi, unos albinos morlocks ocupan un vasto submundo donde se realiza el trabajo para el mundo superior. Allí vive sus aventurillas, planteando el problema de todas las novelas de Wells, y es que agotan sus posibilidades demasiado pronto, porque, una vez has convencido al lector de que tienes una máquina del tiempo, lo que quieres es viajar, y te dan igual los Eloi y la indígena Weena. Quizá lo mejor de la novela es el tramo en el que él viaja al final del mundo, en un futuro en el que la Tierra se ha detenido y ofrece siempre la misma cara al Sol, con un cielo rojo y cangrejos grandes como mesas y un pulpo gigantesco.  El viajero llega a contemplar incluso  una nueva glaciación y un sol apagado. 
El único testimonio que queda de la vida son las florecillas que Weena le puso en el bolsillo. Cuando vuelve a su presente, relata agotado la historia, pero ninguno de sus colegas, salvo el narrador, le cree. Todo culmina en un gran cliffhanger cuando el viajero lleva una cámara fotográfica con trípode y parte de nuevo para conseguir pruebas de sus viajes, dejando a su amigo esperándole inútilmente. ¿Qué le ocurrió al viajero del tiempo? Esta pregunta no la he visto retomar nada más que a Alan Moore en su relato corto Alan y el velo rasgado. Por último, La máquina del tiempo fue también una serie de novelas juveniles de los mismos creadores de Elige tu propia aventura.

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