miércoles, 20 de enero de 2010

Capítulo 2: EL MONOLITO DE 2001

Debe haber pocas cosas de las que se ha hablado tanto en el mundo de la ciencia-ficción, sobre todo en el cine, como del monolito de 2001: una odisea del espacio.

Portada de la edición original de la novela (1968).

La cosa es que el bueno de Arthur C. Clarke, que escribió su más famosa novela paralelamente a la realización del filme de Stanley Kubrick, no pudo evitar el hecho natural de que un escritor se deba a la palabra como forma de expresión, desentrañando algunos de los supuestos secretos que el cineasta pretendía dejar en el aire para que quedasen sujetos a la libre interpretación de los mismos por parte del público. Es decir, que mientras que Kubrick concibió su obra maestra como una experiencia audiovisual no necesariamente narrativa, Clarke realizó una novela de concepción algo más terrenal, si bien resulta magnífica en todos los sentidos. Ambos lograron, en su propio campo, crear las primeras obras de la llamada "ciencia-ficción seria", de la que considero a Clarke su máximo exponente.

Claro está, el icono por excelencia de 2001 es el monolito antes mencionado, una especie de losa perfectamente lisa, caracterizada por una oscuridad y un silencio que parecen haber sido diseñados por el más hábil de los artistas -o psicólogos- para producir una fascinación reverencial con una sola mirada. En la novela original, el monolito es de un negro tan intenso que no refleja la luz, no parece producir sensación de tacto al tocarlo, responde a las medidas 1-4-9 y lleva plantado varios millones de años, al menos el más reciente. Porque resulta que hay varios monolitos desperdigados por la mitología de 2001 y sus secuelas; todos responden a las mismas proporciones anteriores, si bien un par de ellos miden varios kilómetros de altura y anchura, y se encuentran estratégicamente situados en distintos lugares del sistema solar. El primero y más famoso, el de África, es aquel que estimula la mente de nuestros antepasados primates, y cuyo hallazgo por los arqueólogos se realiza entre 2061 y 3001. Nótese que en la primera novela, Clarke nos dice que es traslúcido. El segundo, desenterrado en la Luna y conocido como TMA-1 -Anomalía Magnética de Tycho 1-, viene a servir como una especie de "alarma" que señalaría el momento en que nuestra especie ha alcanzado tal grado de avance científico que ha sido capaz de encontrarlo, y por eso emite un pitido cuando el sol se posa sobre su superficie por primera vez. Posteriormente al hallazgo, y considerándose un objeto inofensivo, es transportado a la Tierra y colocado en la explanada frente al edificio de Naciones Unidas en Nueva York, como símbolo de que hay una "nación" más en el universo. El pitido de TMA-1 ha de llegar a un tercer monolito, situado en órbita sobre Júpiter -o en el Ojo de Jápeto, en la novela- conocido evidentemente como TMA-2 entre los científicos y como Gran Hermano de manera informal, por ser más grande que el anterior y saber muchas cosas... Mide varios kilómetros y está situado allí para que el ser humano, siguiendo la trayectoria del pitido, entre en contacto con él. Como supongo que todos hemos visto o leído 2001, no chafo el final al contar que este tercer monolito tiene como función empujar al ser humano en su siguiente salto evolutivo, convirtiendo al astronauta David Bowman en el "hijo de las estrellas" de la misma forma en que el monolito de África convirtió a un puñado de simios babosos y asustadizos en un equipo mortífero de cazadores homo-habilis.

1. El monolito aparece una mañana en algún lugar de África.

2. El monolito ejerce su misterioso poder.

3. Los simios babosos y asustadizos se convierten en mortíferos homo-habilis.

Quien haya progresado un poco más en la lectura de las novelas, sabrá que existe un cuarto monolito conocido como La Gran Muralla sobre la superficie de Europa, uno de los planetas en los que florece la vida tras la conversión de Júpiter en una nueva estrella llamada Lucifer. Es el mayor de los monolitos (su altura traspasa las nubes) y se encuentra tumbado sobre una especie de suave colina, a cuyo resguardo de los tremebundos vientos parece evolucionar con rapidez una nueva especie anfibia, algo así como algas gigantes tentaculares. La segunda especie del sistema solar destinada a integrar una civilización, para entendernos.

Portadas de las tres secuelas de 2001 (de 1982, 1987 y 1997).

No he querido dar detalles argumentales excesivos, porque esta saga de ciencia-ficción es, si no la mejor, al menos tan buena como ella y merece ser leída y descubierta poco a poco. Pero me ha parecido interesante explicar de una vez por todas el clásico y manido enigma del monolito: no es Dios, sino alguna clase de artefacto extraterrestre destinado a sembrar la inteligencia por el cosmos y a vigilarla en su evolución, desde los primeros tiempos del universo, cuando este pueblo "sembrador" de las estrellas se encontraba solo en el abismo. La primera parte de la saga trata, efectivamente, de presentarnos, en paralelo y de manera muy simbólica, los dos saltos evolutivos de la especie: el que nos convierte en humanos a partir de otra cosa inferior, y el que nos hace pasar de humanos a otra cosa superior.

Otra cosa superior.

Eso sí, si nos ponemos pesados e insistimos en buscarle la lectura religiosa al asunto, siempre podemos pensar que, bajo toda la saga de 2001, subyace la presencia de la divinidad de una sutil manera alegórica. No deja de ser curioso que el Vaticano otorgase un premio a Kubrick en reconocimiento por una obra que reflexiona como ninguna otra sobre el lugar que ocupa el ser humano en el universo.

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